Por una juventud revolucionaria
“Declararle la guerra al
formalismo, a todos los tipos de formalismo.”
Che;
“Qué debe ser un joven comunista”.
Quiere
este tiempo encorsetar los atisbos de lucha y transformar la rebeldía en
caricatura de rebeldía. Quiere este tiempo comerse las consignas de la
transformación profunda y radical, y convertir las causas de la injusticia, de
la pobreza y de la explotación en naturaleza invariable. Quiere este tiempo de
doble discurso, a una juventud obediente en los hechos. Pero a contrapelo del
discurso oficial, la juventud que se entiende a sí misma como revolucionaria no
puede menos que romper con el papel impuesto, y ser creación permanente en el
plano de la lucha política, económica e ideológica. No tiene la juventud un papel
secundario en las batallas de hoy, tampoco un papel relegado a un aspecto del
programa que plantea el cambio social y de raíz. Sus tareas son todas las
tareas. Las cotidianas: en el barrio, en la fábrica y en las escuelas y
universidades; las estratégicas, en la organización.
La realidad nos marca algunos
datos. Es la juventud de hoy el sector social que carga en sus espaldas con la
precarización laboral que ha permitido la recuperación de una economía que en
2001 se resquebrajaba. De los 2,3 millones de jóvenes que trabajan o buscan
empleo, son aproximadamente 400.000 los que no lo consiguen. Más de la mitad de
los jóvenes con empleo ganan menos de lo que establece el salario mínimo. Y el
22% del total de jóvenes ha quedado excluido del trabajo y del estudio. Los
jóvenes conforman un ejército industrial
de reserva en este capitalismo “bien educado”.
Por otro lado, el saldo de la
represión en estos últimos diez años ha dejado en claro dos cuestiones: los
muertos los pone el pueblo, los muertos son en su mayoría jóvenes. Cada 28
horas, un pibe es asesinado por el gatillo fácil y en la última década las
víctimas superan las 2.700 personas, en su mayoría jóvenes. No hay error de
cálculo: la “década ganada” es un decenio arrebatado.
Si es la juventud un blanco preciado por este actual gobierno, es
porque en la juventud se guarda el germen de cambio necesario para transformar
la sociedad. En esa contradicción propia del kirchnerismo entre realidad -realidad
precarizada que ya detallamos- y discurso –discurso expropiado de héroes y
consignas que no son del gobierno, discurso de autoconsumo que intenta borrar
las huellas de una generación que comenzó a rearmarse políticamente mucho antes
del 2003, en las rutas cortadas, en las puebladas, en los puentes, en las plazas
y en las fábricas recuperadas- entre ambos está el debate y la disputa por el
futuro y el presente de las nuevas generaciones.
Recuperar la conciencia de una lucha que no puede estar desligada de
la historia del movimiento obrero y de sus enfrentamientos actuales con las
patronales y el gobierno, es una tarea de nuestra juventud. Cuestionar el “mal
menor”, el horizonte chiquito de reformas que pretende conformar a los que
nunca les faltó nada, y emparchar la ausencia de derechos para las grandes masas
del pueblo trabajador, es otra tarea de nuestra juventud. Desear una sociedad
nueva y poner en práctica una saludable rebeldía que derrumbe los cimientos del
capitalismo, que demuela las prácticas conservadoras del reformismo y que
anuncie nuevas formas de relación entre los seres humanos, también es una tarea
de nuestra juventud. Una juventud que aspire a tomar el poder y no pedírselo
prestado a nadie. Esa es la tarea de una juventud que no puede mirar la miseria
como un dato a resolver en un futuro lejano, que no puede aceptar la
desigualdad social cómodamente, que no encuentra ni por un segundo justificable
la represión sobre la clase trabajadora, que ni por un segundo se olvida de
todos los desaparecidos que tiene esta democracia, que ni por un segundo se
conforma con decidir formalmente nada, que no se traga los sapos de la política
real, ni tiene estómago para aceptar a represores como funcionarios, ni a
patrones como compañeros, que no se abraza con el burócrata necesario, que no
disfruta de una fiesta si hay aun casas con pisos de barro, que no se cansa de
pedir memoria, verdad y justicia le pese a quién le pese, que no confunde
invasor con aliados estratégicos, que se sabe internacionalista como la clase
trabajadora, que no regala sus banderas por un cargo en el ministerio, que no
cree en las remeras como nuevo bronce sin historia, ni en símbolos
deshumanizados a conveniencia del consumo.
Como dijo el Che, ese joven revolucionario deberá “ser esencialmente humano, y ser tan humano que se
acerque a lo mejor de lo humano. Que purifique lo mejor del hombre a través del
trabajo, del estudio, del ejercicio de la solidaridad continuada con el pueblo
y con todos los pueblos del mundo. Que se desarrolle al máximo la sensibilidad
para sentirse angustiado cuando se asesine a un hombre en otro rincón del mundo
y para sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva
bandera de libertad.”
Si todo queda en silencio y faltan los brazos para alzar nuestras
banderas, acudirán las nuevas generaciones de luchadores y luchadoras a prestar
sus manos, sus voces y sus corazones, para reinventar las tácticas de la etapa,
para retomar los colores, para hacer de paño y de viento, para enfrentar la
injusticia, para proyectar y crear un futuro socialista.
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