viernes, 3 de octubre de 2014

Editorial de la última Llamarada N21 "Por una Juventud revolucionaria"

Por una juventud revolucionaria
“Declararle la guerra al formalismo, a todos los tipos de formalismo.”
Che; “Qué debe ser un joven comunista”.

               
                Quiere este tiempo encorsetar los atisbos de lucha y transformar la rebeldía en caricatura de rebeldía. Quiere este tiempo comerse las consignas de la transformación profunda y radical, y convertir las causas de la injusticia, de la pobreza y de la explotación en naturaleza invariable. Quiere este tiempo de doble discurso, a una juventud obediente en los hechos. Pero a contrapelo del discurso oficial, la juventud que se entiende a sí misma como revolucionaria no puede menos que romper con el papel impuesto, y ser creación permanente en el plano de la lucha política, económica e ideológica. No tiene la juventud un papel secundario en las batallas de hoy, tampoco un papel relegado a un aspecto del programa que plantea el cambio social y de raíz. Sus tareas son todas las tareas. Las cotidianas: en el barrio, en la fábrica y en las escuelas y universidades; las estratégicas, en la organización.
                La realidad nos marca algunos datos. Es la juventud de hoy el sector social que carga en sus espaldas con la precarización laboral que ha permitido la recuperación de una economía que en 2001 se resquebrajaba. De los 2,3 millones de jóvenes que trabajan o buscan empleo, son aproximadamente 400.000 los que no lo consiguen. Más de la mitad de los jóvenes con empleo ganan menos de lo que establece el salario mínimo. Y el 22% del total de jóvenes ha quedado excluido del trabajo y del estudio. Los jóvenes conforman un ejército industrial de reserva en este capitalismo “bien educado”.
                Por otro lado, el saldo de la represión en estos últimos diez años ha dejado en claro dos cuestiones: los muertos los pone el pueblo, los muertos son en su mayoría jóvenes. Cada 28 horas, un pibe es asesinado por el gatillo fácil y en la última década las víctimas superan las 2.700 personas, en su mayoría jóvenes. No hay error de cálculo: la “década ganada” es un decenio arrebatado.  
Si es la juventud un blanco preciado por este actual gobierno, es porque en la juventud se guarda el germen de cambio necesario para transformar la sociedad. En esa contradicción propia del kirchnerismo entre realidad -realidad precarizada que ya detallamos- y discurso –discurso expropiado de héroes y consignas que no son del gobierno, discurso de autoconsumo que intenta borrar las huellas de una generación que comenzó a rearmarse políticamente mucho antes del 2003, en las rutas cortadas, en las puebladas, en los puentes, en las plazas y en las fábricas recuperadas- entre ambos está el debate y la disputa por el futuro y el presente de las nuevas generaciones.
Recuperar la conciencia de una lucha que no puede estar desligada de la historia del movimiento obrero y de sus enfrentamientos actuales con las patronales y el gobierno, es una tarea de nuestra juventud. Cuestionar el “mal menor”, el horizonte chiquito de reformas que pretende conformar a los que nunca les faltó nada, y emparchar la ausencia de derechos para las grandes masas del pueblo trabajador, es otra tarea de nuestra juventud. Desear una sociedad nueva y poner en práctica una saludable rebeldía que derrumbe los cimientos del capitalismo, que demuela las prácticas conservadoras del reformismo y que anuncie nuevas formas de relación entre los seres humanos, también es una tarea de nuestra juventud. Una juventud que aspire a tomar el poder y no pedírselo prestado a nadie. Esa es la tarea de una juventud que no puede mirar la miseria como un dato a resolver en un futuro lejano, que no puede aceptar la desigualdad social cómodamente, que no encuentra ni por un segundo justificable la represión sobre la clase trabajadora, que ni por un segundo se olvida de todos los desaparecidos que tiene esta democracia, que ni por un segundo se conforma con decidir formalmente nada, que no se traga los sapos de la política real, ni tiene estómago para aceptar a represores como funcionarios, ni a patrones como compañeros, que no se abraza con el burócrata necesario, que no disfruta de una fiesta si hay aun casas con pisos de barro, que no se cansa de pedir memoria, verdad y justicia le pese a quién le pese, que no confunde invasor con aliados estratégicos, que se sabe internacionalista como la clase trabajadora, que no regala sus banderas por un cargo en el ministerio, que no cree en las remeras como nuevo bronce sin historia, ni en símbolos deshumanizados a conveniencia del consumo.
Como dijo el Che, ese joven revolucionario deberá “ser esencialmente humano, y ser tan humano que se acerque a lo mejor de lo humano. Que purifique lo mejor del hombre a través del trabajo, del estudio, del ejercicio de la solidaridad continuada con el pueblo y con todos los pueblos del mundo. Que se desarrolle al máximo la sensibilidad para sentirse angustiado cuando se asesine a un hombre en otro rincón del mundo y para sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva bandera de libertad.”
Si todo queda en silencio y faltan los brazos para alzar nuestras banderas, acudirán las nuevas generaciones de luchadores y luchadoras a prestar sus manos, sus voces y sus corazones, para reinventar las tácticas de la etapa, para retomar los colores, para hacer de paño y de viento, para enfrentar la injusticia, para proyectar y crear un futuro socialista.



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