Las próximas elecciones nacionales se producen en un escenario que habría sido inimaginable en ese caluroso verano de 2001 – 2002, cuando el sistema institucional fue cuestionado en las calles. El consenso que los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner han construido en torno al “modelo”, tiene un correlato más profundo que la oposición de derecha intenta negar y que, por el contrario, las figuras oficiales recuerdan incesantemente en sus intervenciones: “el infierno del 2001” . Ese correlato es la recomposición de la hegemonía burguesa sobre el conjunto de la sociedad que expresa una confianza en las instituciones, en determinados funcionarios, en la acción del Estado y en el propio sistema electoral.
Ese resultado, hoy palpable en la expectativa y atención con que sectores importantes del pueblo avizoran los próximos sufragios, se ha construido también en torno a una falaz polarización entre “gobierno” y “oposición derechista” que ignora adrede la existencia de otras posiciones y otras perspectivas.
Dentro del capitalismo, las elecciones son un marco institucional acotado y dominado por una clase que no es la nuestra, que presenta un terreno que le es propio como si fuera natural. Las transformaciones que pueden dar lugar a los cambios revolucionarios que nuestro país necesita no son plebiscitadas por los dueños del poder. Cuando votamos dentro del marco de elecciones en el capitalismo, no elegimos democratizar los recursos, su propiedad y uso, sino cargos en instituciones creadas para mantener intacto un ordenamiento social injusto.
Desde Hombre Nuevo sostenemos que la participación electoral puede ser una táctica válida en determinado momento político. Pero, sin duda, desde una perspectiva revolucionaria, las elecciones no son el camino para llevar al triunfo una estrategia de poder de nuestra clase.
Lamentamos hoy no poder tener un movimiento político unificado de todas las fuerzas de izquierda que nos planteamos una transformación social radical y que pueda dar la batalla en todos los terrenos. Pero no hay pases mágicos o resoluciones de último minuto que resuelvan las tareas que la realidad nos demanda en esta etapa.
Es preciso también poner de manifiesto que distintos núcleos venimos realizando en muchos terrenos una paciente tarea de acumulación de fuerzas.
Somos muchos las organizaciones que desde la izquierda independiente venimos realizando una tarea cotidiana sistemática y perseverante en los barrios, en los lugares de trabajo y estudio, en las agrupaciones sindicales y estudiantiles, en el ámbito artístico – cultural, para construir una fuerza social y política revolucionaria. Somos muchos los que trabajamos, desde hace mucho tiempo, para revertir el proceso de fragmentación política imperante. Nuestra propia historia como Agrupación es producto de una convicción profunda de que la unidad es una de las tareas principales que tenemos que enfrentar. Sabemos que la solidez de cualquier proceso de unidad está íntimamente ligada a que los acuerdos políticos estén sostenidos con una sana práctica conjunta en todos los niveles organizativos.
Pero también sabemos que ninguno de nosotros como militantes y como organización estamos exentos, por el sólo hecho de reivindicarnos de izquierda, de reproducir valores y formas que nada tienen que ver con el propósito de la emancipación humana. Por ello, sostenemos que es fundamental construir colectivamente una nueva subjetividad, para tratar de aproximarnos cada vez más al paradigma de hombre y mujer que queremos construir. No podemos separar nuestro proyecto político de las prácticas y actitudes con las que construimos cotidianamente.
En ese camino, desde hace tiempo sostenemos espacios en los que, en base al principio del Frente Único de trabajadores, confluimos con otras tendencias con las que tenemos objetivos generales comunes aunque mantengamos diferencias en aspectos tácticos, en las tradiciones que reivindicamos, y hasta en la forma en que concebimos la organización política. Es parte inescindible de nuestra concepción el privilegiar la acumulación general de los organismos de la clase por sobre la de nuestra propia organización.
Los conflictos y las fricciones que inevitablemente surgen en este tipo de reagrupamientos pueden resolverse si los principios políticos se traducen en una nueva cultura militante que se base en la honestidad, en el respeto a los compañeros que pertenecen a otra organización, en una lucha incesante contra el hegemonismo y en definir claramente los enemigos. Una nueva cultura militante que garantice que los acuerdos se concreten. Ésta es la única garantía de que podamos avanzar en la construcción de la alternativa que necesitamos como pueblo.
Pero eso no es todo. Necesitamos ir elaborando un programa que pueda interpelar a sectores por fuera del activismo de izquierda; rechazamos la práctica de hacer política para los “convencidos”. Nosotros aspiramos a transformar el país y, por qué no, el mundo, en consecuencia tenemos que poder convencer, sumar a la participación y a la organización a amplios sectores del pueblo. A la vez, sin una fuerza política – social que lo sostenga y lo lleve adelante, cualquier programa puede ser una enunciación de buenas intenciones, una enumeración de elementos “teóricamente puros” pero estériles. Por eso, la construcción de poder del pueblo es el punto crucial en nuestra concepción estratégica. No hay revolución y menos aún socialismo posible sin el protagonismo de los trabajadores.
Por todo esto es que hoy, ante la ausencia de una expresión que sintetice en el terreno político electoral la construcción a la que estamos aportando, LLAMAMOS A NO VOTAR.
Hoy, y el lunes posterior al domingo 24 de octubre, después de que se barran los papeles en las escuelas, seguiremos convocando a la organización y a la participación, a continuar con la lucha y con el trabajo que nos van a permitir transformar la sociedad.
AGRUPACIÓN HOMBRE NUEVO
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