Crisis: ajuste y represión o una salida de los trabajadores
Con la reciente devaluación y la escalada inflacionaria, una vez más somos los trabajadores los que pagamos el costo de una crisis que no provocamos. Las causas de la devaluación. La necesidad de luchar por el salario, pero también por un gobierno de los trabajadores.
Cuando el ajuste es “nacional y popular”
“Mientras yo sea Presidenta, los que pretendan ganar plata a costa de devaluaciones que deba pagar el pueblo, deberán esperar a otro gobierno” decía la presidenta el 6 de mayo de 2013 en un acto en la Casa Rosada. Sin embargo en enero de 2014 la moneda fue devaluada un 18,3%, la mayor devaluación durante un solo mes desde 2002. Previamente, en forma tenue pero continua, entre 2007 y 2013 el valor del peso se había depreciado un 64,5%. Frente al aumento de precios que provocó la medida, la respuesta gubernamental fue que “a los precios debemos cuidarlos entre todos”. El gobierno, los sindicalistas obsecuentes como Hugo Yasky y el siempre dispuesto elenco del progresismo K contesta “esto no es un ajuste, ajuste era lo que se hacía en los 90”. Al tiempo que, obligados por la búsqueda de créditos externos, funcionarios de economía reconocen mediante un nuevo índice de precios, exigido por el FMI, una inflación durante enero de 3,7%: la mayor suba mensual en doce años. Hasta ahora, frente a la especulación empresaria no ha habido más que acaloradas pero inocuas denuncias en los medios oficialistas, mientras para los trabajadores los topes salariales, los llamados a la “responsabilidad”, las burlas y amonestaciones presidenciales sumadas a la represión de Sergio Berni son tangibles y contundentes.
Los pies de barro de la “década ganada”
Durante años, el oficialismo sostuvo que desde 2003 la economía argentina no estaba atada a las crisis cíclicas que la habían caracterizado durante el siglo XX. Sin embargo, la reciente devaluación saca a la luz la falsedad de esa afirmación. La depreciación del tipo de cambio es el modo más sencillo (y menos “estructural”) que tienen los gobiernos para acortar la distancia entre la productividad media del país y la que rige en el mercado mundial. Al depreciar el peso, el resultado es similar a lo que ocurriría en caso de que Argentina hubiera resuelto algunos de los problemas propios de su carácter dependiente: insuficiencia en la producción y provisión de energía, obsolescencia del sistema de transporte, ausencia de una fuerte industria de base, salida de fuertes sumas de capitales que no son reinvertidos en el espacio nacional. No es casual, tampoco, que las dificultades y la salida devaluacionista se hayan dado en varios de los países “emergentes”. Efectiva en lo inmediato, la devaluación no resuelve esas debilidades que reaparecen más tarde o más temprano.
La acelerada pérdida de reservas de los últimos años, en particular desde fines de 2013, tornó acuciantes esos problemas. Durante buena parte de la “década ganada”, las reservas del BCRA se mantuvieron por encima de los 50 mil millones de dólares. En agosto de 2011 quebraron ese piso que no se volvió a recuperar, oscilando en el orden de los 40 mil millones. En abril del año pasado esa cifra también quedó atrás, descendiendo a 30 mil millones. En lo que va de 2014 las reservas cayeron por debajo de los 28 mil millones. (Ver informe monetario semanal del BCRA, http://www.bcra.gov.ar/index. asp). Además del giro de utilidades y la fuga de capitales de los grandes jugadores, provocaron esa situación el déficit de la balanza comercial energética y de la balanza industrial. Se suman los pagos que el gobierno “pagador serial” realiza: los 5.000 millones de dólares en bonos del Tesoro para Repsol en compensación por la expropiación son un claro ejemplo.
El desarrollo desigual y combinado del capitalismo se expresa no sólo en la fortaleza relativa de cada economía, sino en la capacidad de cada moneda nacional de cumplir las funciones que le caben al dinero en una sociedad mercantil como la nuestra. Si desde la salida de la convertibilidad el peso nacional es el medio de circulación interno por excelencia, nuestra moneda no es dinero mundial; la función de atesoramiento requiere, entonces, de dólares, bonos del Tesoro norteamericano, e incluso oro. Si bien un régimen monetario menos rígido que el de la convertibilidad permite que no toda la base monetaria tenga que estar respaldada por una cantidad equivalente de dólares, tampoco se pueden escindir completamente ambas variables.
Ajustaron… y así será mientras gobiernen los explotadores
El argumento de que sólo hay ajuste cuando se recortan nominalmente los salarios no resiste el menor análisis. El régimen monetario incide en el modo en que se manifiestan las crisis así como en la forma del ajuste. Keynes, el economista admirado por Kicillof, fue un teórico burgués que desarrolló este tema; cuestionó en la década de 1920 al patrón oro (régimen análogo al de convertibilidad) no sólo por sus efectos “deflacionistas”, sino porque hacía que el ajuste adoptara la disruptiva modalidad de recorte del salario nominal. En cambio, en un contexto de inflación se podía mantener la “ilusión monetaria” del salario; incluso podía haber aumentos salariales al tiempo que descendía el salario real.
Desde la izquierda marxista debemos ser contundentes en nuestras intervenciones: no hay capitalismo sin crisis; y no hay salida de las crisis bajo el capitalismo sin aumento de la explotación de la clase trabajadora. Las crisis del capitalismo son crisis de sobreproducción, no de subconsumo. Empujado por la búsqueda de ganancias, el capital erosiona sus propias condiciones de rentabilidad. Las crisis expresan ese problema a la vez que crean el camino de su solución. Los cierres de fábricas, la quiebra de empresas, las fusiones, las compras de activos, etc. son el modo en que opera la desvalorización de capitales, que “elimina a los menos aptos”. Lejos de llorar por la suerte del empresariado nacional o del mediano propietario, hay que clarificar que esa situación se traduce en despidos, reducción de horas de trabajo, en síntesis, deterioro de nuestras condiciones de vida y trabajo. Bajo esas circunstancias, el capital aumenta la explotación sobre el trabajo y, desembarazado de los capitales menos productivos, restablece la rentabilidad media y puede emprender un nuevo ciclo de acumulación acelerada.
Luchemos por salario y por un gobierno de los trabajadores
La idea de que la distribución del ingreso es la llave para salir de la crisis dentro del capitalismo es irreal en la práctica y confusa ideológicamente. Nuestra lucha por salario es porque nosotros y nuestros hijos merecemos vivir mejor (o no vivir tan mal), porque nuestro trabajo es el que crea nuestros salarios y las ganancias que las clases dominantes se reparten.
La lucha por el salario, contra los despidos, contra las mil y una modalidades de precarización y tercerización se imponen como puntos prioritarios de la agenda de los trabajadores. No es casual, entonces, que haya una tendencia a mayores conflictos. Los trabajadores sabemos que tenemos que resistir el avance sobre nuestras condiciones de trabajo y de vida con la lucha. Los capitalistas y el estado también saben esto, de ahí que desde apenas iniciado el año el “gobierno de los derechos humanos” haya realizado verdaderas demostraciones de fuerza en cuanta movilización popular haya habido. Desde el discurso, se observa una campaña sistemática de estigmatización de los que luchan, a la que contribuyen con entusiasmo todos los medios de comunicación. Los hechos ocurridos durante la jornada por la absolución de los presos de Las Heras, la intervención de la presidenta en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso, la represión a docentes misioneros en un corte de ruta, entre otros casos, no dejan lugar a dudas respecto de que el gobierno, en el marasmo de la crisis económica, responderá a nuestros reclamos reprimiendo.
Por eso, la lucha por salario y por frenar la ofensiva económica, debe ir de la mano de la lucha por un gobierno de los trabajadores. Porque mientras gobiernen los explotadores, habrá crisis; y mientras haya crisis, la respuesta del sistema será, como siempre, ajuste y represión.
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