En cada bandera roja que flamea en las marchas de los pobres que se rebelan, y en cada uno de los que llevan esas banderas; en los estudiantes y trabajadores que saben que su destino es uno y el mismo y es de lucha; en los escritos sobre las paredes que gritan lo que la prensa calla o miente, y en los que escriben y leen esas paredes; en el piquete, en la fábrica tomada; en los que resisten, en los que no se entregan; en los que no canjean los principios por la adaptación a los tiempos que corren y la predilección por lo menos malo; en los que siguen luchando día a día por la revolución, aunque se muestre esquiva, aunque se la divise a lo lejos; en alguna barricada alzada contra el hambre, en cualquier lucha contra los dueños de todo, sea en la selva o en el campo o la ciudad.
Allí está: vivo, naciendo. Lejos de la producción en masa de su imagen para el consumo; afuera de los salones oficiales de los gobiernos burgueses que lo adoptan de a ratos como póster de feria, como credencial de progresista para camuflar sus agachadas ante los monopolios, los banqueros, el imperio.
Porque, como dijo el poeta,
“A lo mejor es una fiebre que no cura. /
A lo mejor es rebelión y está viniendo”.
A lo mejor es rebelión y está viniendo”.
A 86 años de su nacimiento:
El Che sigue naciendo en cada lucha por la vida digna.
El Che vive en cada batalla por el socialismo.
Reproducimos nota publicada en La Llamarada Nº 4:
El Che: nuestra bandera (y algo más que una bandera)
“Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adoptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo”. En este ensayo escrito en 1965, publicado por primera vez en la revista Marcha de Uruguay, a la que fue destinado como carta, Ernesto Guevara, sienta posición. El escrito se conocería con el tiempo como “El socialismo y el hombre en Cuba”, y con justicia es uno de los textos más leídos del Che. No hay en sus líneas anuncios excesivamente novedosos o enunciaciones rimbombantes, aunque sí gran condensación y síntesis: el ser humano como centro en la construcción de la sociedad nueva, el papel de la conciencia en esos cambios, la oposición al mercado y su lógica, incluso (o con más razón) cuando se está en el marco de un proceso revolucionario. El Che es símbolo de rebeldía, de ética militante, de espíritu combatiente y de moral revolucionaria. Pero su legado no se agota en esa dimensión, por cierto valiosa. El Che, sus textos, su praxis dejan una impronta también en el terreno intelectual y en la arena política. Su rostro, impreso en serie como una estampita, asusta. Con justa razón, más de un militante ve ese fenómeno mediático con preocupación: desde el poder se promueve la repetición de su imagen, pero amputada de su práctica y de su pensamiento. Y hasta sucede que muchas veces, mediante operaciones o recorridos diversos, desde la izquierda y el pueblo se reeditan lecturas que incurren en errores análogos a aquellos. Así, la visión del guevarismo, o del propio Che, muchas veces se reduce, ya sea en tono de polémica desde otra corriente, ya para exaltarlo desde la adhesión a sus ideas, a un conjunto de rasgos superficiales, o tomados de manera fragmentaria. Digámoslo claramente: el guevarismo no consiste en el uso de un pañuelo al cuello y melena. Tampoco en la predilección por lo militar y la acción directa, en reemplazo del trabajo entre las masas y la formación teórica. Lamentablemente, muchas veces tanto sus detractores como algunos de quienes dicen seguirlo sostienen visiones del Che y de su legado político que rozan el grotesco. El Che no es aquella estampita, ni el cultor de la pólvora; tampoco, y cabe decirlo con prisa, es un fetiche al cual leer en un diván o desmenuzar por puro regocijo académico.
El Che orientó, y orienta, a miles con su ejemplo, con sus escritos y reflexiones. La Revolución Cubana, en la que tuvo un rol central junto a Fidel Castro, no solamente inspiró la lucha armada en América Latina y el Tercer Mundo, sino también demostró la viabilidad del socialismo en estas regiones. Alentando la idea de que los invasores y enemigos de clase no son invencibles, a la par se sembraba la idea de que pese al carácter dependiente de nuestras economías, la pelea por el socialismo era necesaria y posible. La Revolución Cubana, y posteriormente los escritos del Che, señalaron el papel retardatario de las burguesías locales, y refutaron el cambio “por etapas” promovido desde las lecturas oficiales y ortodoxas del marxismo enlatado en una Unión Soviética que se apartaba cada vez más de su sendero original. El Che, su lucha y sus escritos hicieron más notorio el papel reformista de tantos Partidos Comunistas latinoamericanos que, negando la experiencia de la propia Revolución Rusa del 17, huían de la lucha por el socialismo alegando un desfasaje histórico en nuestro continente que impedía siquiera pensar en dar esa pelea. La enseñanza histórica, sintetizada por Guevara, mostraba el camino de un antiimperialismo que, a la par, luchara por el socialismo. Es decir, que descartara la alianza con las burguesías autóctonas y sus FF.AA.
Así como en plano filosófico, desde un marxismo nutrido de los clásicos pero alejado de los dogmas, el Che concedía un papel central al ser humano, en el plano político, la toma del poder ocupó la especial atención que merecía. Sus detractores confundirán, adrede o no, la concepción y el papel que el Che otorga a la estrategia político-militar con una visión caricaturesca, donde un grupo reducido y aislado se hace con el poder por medio de un pase de prestidigitación. Para desacreditar esas versiones ligeras, baste mencionar el minucioso y exhaustivo trabajo de los revolucionarios entre las masas durante la Revolución Cubana, tanto en el medio rural como –pese a su poco estudiado papel- en el medio urbano.
Los aportes del Che fueron retomados por distintos grupos que se plantearon como él la construcción del socialismo en sus respectivos países. Hoy, la posibilidad cierta de una revolución a escala continental y global, como el Che la entendía, se nos muestra tal vez más remota que hace medio siglo. Pero sin embargo, queda del Che bastante; tal vez, más que hace algunos años, donde se veía reducido casi inexorablemente a una bandera moral contra la globalización y la barbarie neoliberal. Embrionariamente aún, algunos núcleos políticos, agrupaciones de izquierda independiente o extra-institucional lo retoman desde su dimensión teórica. Cabe todavía defenderlo de su versión de póster, de su lectura cómoda y parcial; defenderlo de los que lo usan como ícono, casi religiosamente, pero en sus prácticas políticas no dudan en encolumnarse tras cualquier fracción de la burguesía; sea del reformismo liberal, sea del populismo de verba nacionalista, según sople el viento.
Ante su lectura segmentada o su mistificación por medio del estalinismo reciclado, del populismo gobernante, o del progresismo de feria, es necesario levantar al Che y su legado con una visión de totalidad. Su lectura, y el estudio de su praxis, siguen dejando en evidencia a los que promueven sin empacho las opciones más genuflexas escudándose siempre bajo la preferencia por el mal menor. Su caracterización acerca de las burguesías locales como furgón de cola del imperialismo, que regía taxativamente hace más de cuatro décadas, no ha hecho más que reafirmarse a pasos agigantados hasta la actualidad. Por eso, en pleno siglo XXI, sigue flameando su rostro en una bandera roja, y con él, una consigna imperecedera: “Revolución Socialista o caricatura de Revolución”.
(En “La Llamarada” Nº 4; octubre 2010)
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