Podés verla desde acá: http://issuu.com/agrupacionhombrenuevo4/docs/ll_20_internet
Además, compartimos la editorial del número actual:
Deudas, pagos y otras metáforas
Nunca es cómodo empezar con una definición de enciclopedia. Salvo que la definición de enciclopedia sea necesaria para entender algunas realidades que no se cuentan en las enciclopedias. Hecha la aclaración, allí vamos: un oxímoron es una figura literaria que enfrenta dos términos opuestos y da como resultado un tercer significado, una metáfora, podríamos decir. La más mentada de estas contradicciones tiene un uso muy frecuente por estos pagos. Hablamos de deuda soberana. No es un invento del gobierno nacional, tampoco fue Heráclito el que acuñó el término, pero al gobierno nacional le encanta este maridaje absurdo. Una deuda es una obligación y la soberanía es el gobierno de un pueblo sin la obligación de someterse a otro gobierno o poder o potencia. Una deuda soberana es un absurdo, una metáfora. Y déjennos decir que esa metáfora lleva implícito el padecimiento de los pueblos, el futuro de los pueblos endeudados, el futuro de las escuelas rotas y de los hospitales convalecientes. La metáfora de una deuda soberana es la falta eterna de presupuestos para una buena educación, la ausencia de viviendas dignas para las familias que se tapan con cielo de noche y despiertan con lluvia o sol en las calles. El hambre es el vértice opuesto de esa contradicción. Y el hambre no es ninguna metáfora, como tampoco son metáforas la desocupación y el trabajo en negro.
Pagar y pagar, ¿significa ser soberanos u obligados? ¿Qué pueblo dijo “sí, que los bancos sean perdonados, que no pierdan ni un centavo los grandes capitales financieros e industriales de aquí y de allá”? ¿Era el pueblo perseguido, torturado y desaparecido en la dictadura de Videla y Martínez de Hoz que eligió estatizar la deuda privada? ¿Era el pueblo hambreado de los noventa, desocupado y desnutrido, que levantó la mano pidiendo más deuda a cambio de más empresas privatizadas y de “flexibilización”? ¿Es este pueblo precarizado que pide pagar y pagar, para volver a endeudarse?
La contienda con los Fondos Buitres, sobre la que no nos extenderemos aquí, nunca puso en duda la obligación, es decir, la deuda. Las exigencias de los Buitres exacerbadas por un contexto de crisis económica nunca se cuestionaron en lo esencial. La historia de esa deuda o no existe o es para el actual gobierno, al fin y al cabo, un pasado incuestionable. Y los que siempre pagaron salieron a decir que lo seguiríamos haciendo de forma serial. Otra metáfora, que en nuestro lenguaje remite al crimen. Al asesinato planificado. Ser seriales pagadores, es ser criminales. La silueta con tiza en la escena se marca alrededor de la soberanía, alrededor del pueblo. Por muchas piruetas que hagan con nuevas leyes que regulen ese pago, lo esencial sigue siendo muy visible: pagar siempre; en una cuenta de Nueva York o en Buenos Aires, la platita estará esperando.
En esta reyerta, buitres vs. gobierno, el antiimperialismo ha sido evocado con mayor o menor fulgor. Una línea que es cara a todas las organizaciones que luchamos a brazo partido contra el sistema capitalista, ha sido bandera de organizaciones y de funcionarios que nada le cuestionan al sistema, que son parte activa de los resortes que lo sostienen y que, coherentes en su planteo, niegan otra contradicción: capital vs. trabajo. ¿Pero qué clase de antiimperialismo pueden sostener los mismos agentes del estado que hoy dejan pasar sin pena ni gloria la guarangada xenófoba del Secretario de Seguridad, Sergio Berni? Aquellos que ven al enemigo en el pueblo hermano que escapa de la pobreza local para adaptarse a una pobreza extraña, o a la misma pobreza, no pueden siquiera vislumbrar que las potencias multinacionales son un enemigo real. Aquellos esbirros que con falsa honestidad critican las topadoras de la metropolitana, pero festejan el accionar de la gendarmería, cuando ambas fuerzas están cortadas por la misma tijera, no se equivocan: saben que el enemigo es el pueblo, la clase trabajadora.
Las calles de Lugano tienen en estos días más familias durmiendo en duro colchón de ausencias, en la noche áspera de la esperanza carcomida, mientras los que pagan y los que reciben el pago hacen el teatro de una riña caballeresca y apoyan su cabeza en los almohadones de plumas y descansan calentitos sobre un colchón relleno con la incomodidad y el frío y la sangre de los que no tienen nada para perder, más que la vida.
A dar batalla, entonces contra los acomodados de siempre, los de acá y los de allá, por los pueblos que no quieren deudas ni pagos, por los pobres que quieren el techo y la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario