Editorial, La Llamarada Hombre Nuevo #10
Organo de difusion de la Agrupacion Hombre Nuevo
“Desde hace tiempo siento la amenaza/ de ese viento sobre/ la luz de mi lámpara, sobre esa luz que apenas/ me alcanza para no perderme/ entre las garras del mundo, entre los dientes/ de esa inmensa muchedumbre de los lobos en la sombra”, escribía el viejo, en su casa del barrio La Loma, allá en Luján. Los domingos era de verse cómo este flaco de cabellos blancos y frondoso bigote, recibía a los militantes jovencitos, y compartía su mate y su experiencia, esa misma que duele en los huesos como la humedad de una noche de junio. Una noche de junio fue que se lo llevaron a Dardo Dorronzoro, que era poeta y herrero, y de viejo, la testa plateada y un 1913 en la partida de nacimiento. No más. Los fierros lo lloraron en silencio y las palabras lo lloraron como hacen ellas. Sus compañeros, sus pibes, sus perros se pusieron mal de veras.
Apenas con una filigrana no alcanza para abarcar todo el telar de esa década, en la que los compañeros se jugaban la vida y la muerte por una sociedad en la que el niño no creciera a expensas del hambre y el yugo del trabajo no se llevara el cuero de los hombres que trabajan. No alcanza, lo sabemos, con decir que a ese poeta y a esos compañeros les dieron caza, y les dieron muerte, y los llamaron de mil formas, para decirles enemigos. Porque esos compañeros, como el herrero de Luján andaban bien enemistados con la riqueza voraz de los patrones y andaban empeñados en cambiar las cosas. Hace falta decir mucho más, lo sabemos.
Ahora que pasaron 36 años, y el mundo se cuece diariamente en sartenes muy similares, nos merecemos un día de justicia que ponga en el banquillo de los acusados a esos tipos que tenían y tienen el sartén por el mango. Lo merecemos aquellos que desde distintas organizaciones no bajamos los brazos ni compramos el discurso del mal menor. Lo merecemos, no por ósmosis o por herencia alguna. Lo merecemos por méritos probados en la lucha que se abrió después de la lucha aplacada a sangre y fuego en la dictadura. Lo merecemos y esto no implica un pedido, ni una exigencia administrativa: lo ansiamos y eso nos mueve para adelante y nos mueve colectivamente. Para esto es preciso desmenuzar la espesura de las políticas actuales, correr el velo discursivo, despojar de artificios la propaganda. Es preciso que analicemos en detalle la suerte que corren los cómplices de la dictadura a la luz del proyecto actual de sociedad, mirar de cerca a quienes siguen gozando de privilegios. Mirar desde abajo, pero de cerca, para no tener que mirar desde abajo jamás.
Apenas unos hilos no bastan para tejer todo el paño. Pero los techos se le caen encima y él y sus compañeros toman la escuela hasta que alguien se digne a revocar el techo. O ella que no trabaja cuatro horas y no tiene tres meses de vacaciones, y el sueldo no le alcanza y corta la ruta junto a otros maestros. Mil doscientos pesos no es ni la vigésima parte de lo que gana un diputado, piensan, y junto a otros trabajadores acampan ante el ministerio. Para la Ley son “terroristas”. Dependerá del juez que la pena sea dura o durísima. Los militantes sociales, sindicales y políticos tienen hoy por hoy la cancha marcada por un estado que recrudece las medidas represivas. La cantidad de procesados políticos supera los cuatro millares y los gendarmes se “invitan” a las movilizaciones populares para hacer espionaje. A 36 años del golpe militar, la cancha está marcada: protestar es un delito, la huelga una extorsión (en los hechos y en los papeles).
Mientras tanto Ledesma sigue cosechando naranjas regadas con la sangre de los compañeros desaparecidos durante el Apagón, que el propio Blaquier planificó junto a los militares. Mientras tanto Paolo Rocca, presidente de Techint, empresa que durante la dictadura participó de la desaparición de centenares de obreros metalúrgicos en el centro clandestino Tiro Federal de Campana -que lindaba con la fábrica Siderca-, saluda los discursos presidenciales y los considera “positivos” para el sector (suyo propio). Mientras tanto la empresa Ford Motors Argentina, que proporcionó transporte y espacio físico en su planta de Pacheco para secuestrar y desaparecer a trabajadores durante la última dictadura, se engalana con la presencia de la presidenta en el acto por su 50º aniversario, y la tribuna de La Cámpora de Máximo Kirchner y la Juventud Sindical de Facundo Moyano hacen los coros.
No hay discurso que ruborice las mejillas de estos grupos empresarios que como civiles fueron partícipes de la dictadura de Videla. La complicidad y los delitos cometidos no forman parte de la agenda de un juzgado, y gozan de impunidad por su calidad de aliados al “modelo”.
Mientras tanto Julio sigue apareciendo en siluetas callejeras y desapareciendo en su jardín platense. Mientras tanto Luciano Arruga se sigue negando a salir a afanar para la cana y lo vuelven a moler a golpes los oficiales. Mientras tanto Mariano Ferreyra recibe en el pecho todo el favor de la burocracia. Mientras tanto caen en la tierra los despojados de la tierra y decoran sus mansiones en San Isidro, los dueños del ingenio.
En este marco, nuestra perspectiva es intransigente con los cómplices del estado genocida. Porque nuestra estrategia, la de aquellos que no pasamos el borratintas sobre la historia para dejar escrito con buena letra solo un puñado de éxitos, consiste como dijo el joven Dardo en no perdernos en las garras del mundo, entre los dientes de esa inmensa muchedumbre de los lobos en la sombra.
Equipo de redacción de
La Llamarada
Marzo 2012