viernes, 16 de diciembre de 2011

¿Dónde estaban el 19 y 20?



¿Dónde estaban el 19 y 20?

¿Donde estaban la noche del 19? ¿Andaban gritando rabia, pidiendo lo que todos, golpeando las ollas?

¿Qué hicieron tras la cadena nacional que anunciaba el estado de sitio? ¿Salieron a la calle a defender lo conquistado? ¿Sintieron vibrar el cuerpo desde adentro, hermanados con absolutos desconocidos que también decían BASTA?

¿A qué plaza fueron? ¿Dónde se encontraron? ¿De dónde sacaron piedras, palos, plásticos, pilas, tuercas…? ¿Dónde tuvieron que enfrentar la jauría desbocada que apretaba el gatillo con balas de plomo?

¿Qué sangre lloraron? ¿Qué vidas vieron apagarse a su lado? ¿Qué sentimiento los estremeció al saberse expuestos a la misma suerte? ¿De dónde tomaban el coraje para ir de nuevo hacia adelante, con esa marea desordenada que ponía el cuerpo porque había que ponerlo?

¿Dónde estaban el 20 de diciembre? ¿Se abrazaron con desconocidos cuando llegó la hora del triunfo (no de la victoria pero sí del triunfo)?
¿Se pensaron parte de un pueblo que había dado pelea, como pudo, pero pelea, contra la fiesta neoliberal? ¿Se identificaron con las puebladas de Cutral Có, de Plaza Huincul, de Tartagal?

¿Y antes? ¿Durante los años de la bestialidad hecha uniforme? ¿Se habían jugado la vida, la residencia, la posición, la billetera, la palabra, el honor, el fusil? ¿Se habrían sentido ultrajados de sólo pensar en el pago de la deuda, en simular la armonía, garantizar la rentabilidad capitalista?

¿Gritaron luego “la sangre derramada no será negociada”, “a donde vayan los iremos a buscar”, “ahora, ahora, resulta indispensable”?

“Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de los hechos anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.”

¿Será por eso que todo se propone nacido en el 2003?


Santiago Peña
Leé más, en La Llamarada Nº 9, revista de discusión política. Órgano de difusión de la Agrupación Hombre Nuevo.


Dos mil uno, diez diciembres después


Dos mil uno, diez diciembres después

Un caballo enorme (grande como pocos) y visto desde abajo (más desde abajo que nunca) se ensoberbece y corcovea delante de un grupo de mujeres mayores. Las Madres de Plaza de Mayo se plantan, sin moverse, delante de la Policía Montada. La imagen, reproducida en vivo por algunos medios de prensa, acelera la inevitable combustión. La Plaza, las calles céntricas porteñas, y también otras plazas de distintos puntos del país, se llenan de hogueras y de barricadas, de miles que ya desde la noche anterior habían desafiado al Estado de Sitio y al aparato represivo. La historia es conocida: el plomo policial y parapolicial es regado y va dejando sus muertos, va tiñendo algunas esquinas, va plantando mojones rojos y nombres que persisten aún en la memoria popular.

Para muchos es el bautismo de fuego. “Nuestro Cordobazo”, dicen algunos. Las distancias entre esa humeante Plaza de Mayo y Córdoba en 1969, son tanto cronológicas y geográficas como políticas. No obstante, y pese a la ausencia del movimiento obrero organizado en la primera línea de fuego de estas barricadas porteñas, hay un delgado hilo histórico que persiste a la hora de preparar la resistencia ante la policía que avanza, a la hora de evocar y reorganizar un discurso que trate de fijar alguna posición ante esa marea que combate decididamente contra un gobierno, pero que no sabe exactamente qué pretende para reemplazarlo una vez que lo eche. Hay, además, imágenes casi superpuestas entre esas rebeliones: los caballos huyendo en tropel, sus jinetes policiales asustados, y el pueblo detrás haciéndolos retroceder a cascotazos.

¿Cuánto es lo que separa la rebelión obrero-estudiantil del 69 de la heterogénea Plaza de Mayo de 2001? ¿Cuánto lo que dista entre esa Plaza que fue punto de encuentro de miles para expresar su bronca ante un gobierno, pero también ante unas instituciones, y las masivas manifestaciones de apoyo a otro gobierno, pero a las mismas instituciones, hoy en día?

El análisis pormenorizado de 2001 se impone como tarea. Sin embargo, cabe partir de un diagnóstico: el ciclo de rebeliones que cuestionó la legitimidad de un gobierno, pero también de buena parte del Estado, se halla cerrado hasta nuevo aviso. Con cambios notorios y continuidades sólidas, el actual gobierno logró con incuestionable éxito hacer que el país que mudó de presidente de manera récord en una misma semana, diera paso a una reconstrucción de la gobernabilidad tal, que permita concretar por primera vez el tercer mandato presidencial consecutivo de una misma fuerza política. Aquella revuelta que derribó a un presidente hambreador y criminal como De la Rúa, y cuyos coletazos acortaron el mandato de su igualmente hambreador y criminal sucesor, Duhalde, alcanzó a cuestionar algunas estructuras permanentes de la política burguesa. Pero ese cuestionamiento se fue debilitando por su propia inconsistencia programática, por su  misma falta de una fuerza social sólida y homogénea que diera impulso al recambio por abajo tras el pedido de “que se vayan todos”. Muchos de esos que debían irse, se quedaron. Algunos, los más impresentables, pagaron con su salida del escenario principal su tributo al bien común de la corporación de políticos del sistema. No obstante, cada tanto asoman su hocico los Duhalde, los Menem, que desde candidaturas o desde cargos siguen siendo expresión de los sectores más retrógrados de nuestra sociedad.

Ese vacío que dejó un gobierno cuyo líder escapó en un helicóptero sin escalas al más patético y autoinfringido ostracismo político, no lo ocupó el pueblo ni organización o corriente popular alguna. La descascarada democracia representativa, en la que políticos millonarios y lobbystas de monopolios trenzados con patoteros de comité conforman el elenco estable en el que excluyen casi cualquier otra expresión, ha recobrado oxígeno y consenso. Un gobierno que ha sabido dar concesiones a tiempo, y conformar un habilidoso armado propio, distanciándose más de una vez de sus antecesores con políticas de alto impacto simbólico, de menguado alcance económico y de tranquilidad garantizada para los sectores más concentrados, puede mostrar hoy con orgullo la restauración del capitalismo criollo y sus instituciones, presentándolo genuinamente como un logro con sello propio.

El gobierno cuya presidenta habló en su discurso inaugural de “sintonía fina” como elipsis de “ajuste”, presenta como un triunfo el desembolso de más de u$s 26.000 millones en pago de deuda pública, y es ovacionada por ello. Desde su atril, la mandataria ha ejercido, sintonía fina mediante, el desprecio sobre la CGT, tan mafiosa como leal durante los momentos críticos de su gobierno, y además ha disparado con una sarcástica reprimenda contra los trabajadores que hacen huelga. A la par, criticó en abstracto a “las corporaciones”. El gobierno que desplegó al máximo el aparato represivo estatal, el mismo aparato represivo que más allá de sus cíclicas purgas, asesinó y sigue asesinando manifestantes, no ha tenido que asumir costos de consideración por los crímenes de militantes en Formosa, en Jujuy, en Santiago del Estero o en la propia Ciudad de Buenos Aires. Ese gobierno, proclama los aumentos tarifarios y la suba salarial por debajo de la pauta inflacionaria, pero concita, paralelamente, la adhesión de amplios sectores del pueblo congregados en aquella misma plaza.

Hoy, una buena parte de los trabajadores creen que sus justas aspiraciones pueden lograrse mediante la adhesión a este gobierno y, armónicamente, en el marco del capitalismo. Tal vez, muchos de quienes hoy acompañan esto que se ha dado en llamar “el Modelo”, hayan estado hace una década poniendo su pellejo en las barricadas a disposición de las balas de esa misma policía que hoy multiplica impunemente sus negocios en cada barriada con la venia oficialista.

Los que luchamos para que se fueran todos y vemos cómo muchos de ellos han regresado para quedarse, tenemos que atender a este nuevo escenario. No para mirar con nostalgia lo que pudo haber sido y no fue, ni para abandonar las calles y las luchas que hoy siguen dándose. Sí para ejercer, crítica y autocríticamente, la reflexión política. En el prólogo de una nueva crisis económica mundial, ante el esbozo de medidas de ajuste a nivel local, urge organizarse en pos de una construcción plural, ajena al consignismo vacío y la autoproclamación, y que desde el espacio de la Izquierda en general -y desde la Izquierda Independiente en particular- se proponga la paciente tarea de organizarse y acumular fuerzas. La lucha por un mundo sin explotación no ha perdido su vigencia. Hoy, diez diciembres después de ese dos mil uno, debemos encarar la pelea desde una certeza: si cuando el pueblo pide “que se vayan todos”, lo nuevo no se abre paso, lentamente, suelen regresar los mismos de siempre.

Más allá del fervor institucional, la lucha y la organización de los de abajo siguen siendo nuestra perspectiva como pueblo. Nuestro desafío, continuar avanzando.

Leé más, en La Llamarada Nº 9, revista de discusión política. Órgano de difusión de la Agrupación Hombre Nuevo.