Acerca del guevarismo:
En esta sección, una página que expresa algunos puntos de vista e intenta abrir la discusión sobre los aportes del guevarismo en tanto corriente del marxismo revolucionario. ¿Qué rescatar de Guevara en relación con el problema del poder? ¿Cuál fue el lugar que le concedió a las masas, cuál a la teoría, cuál a la lucha armada en el proceso revolucionario? El Che, el internacionalismo y el carácter de la revolución en América latina son algunos de los aspectos que desde Hombre Nuevo abordamos en este artículo.
Dejando de lado los intentos de la burguesía por mitificarlo, y del reformismo y el populismo por vaciarlo de contenido, podemos adentrarnos en problemas que la obra y el pensamiento de Guevara plantean. La figura del Che ha suscitado debates al interior de la izquierda. Su fuerte impronta no se traduce en la actualidad en una clara y sólida corriente.
Inclusive entre quienes lo reivindican, en muchos casos no se ha dado un rescate completo y coherente de su figura. En los años 60 y 70, han sido numerosas las organizaciones que inspiradas por la praxis del Che han liderado procesos revolucionarios en toda Latinoamérica, ampliando y complejizando sus aportes. Sin embargo, esas experiencias, sus contribuciones y la reflexión sobre ellas, tampoco conforman un corpus homogéneo. Esto se traduce en muchos casos en una acción errática y sectaria de buena parte de los llamados guevaristas de la primera hora.
Creemos que es una necesidad para la izquierda argentina poder definir esta corriente en base a preguntarnos: ¿qué es el guevarismo?
Marxismo crítico y antidogmatismo.
En principio, la necesidad de autodefinirse en tanto corriente no conspira contra un, también necesario, proceso de confluencia. Por el contrario, este proceso de reconstrucción de la figura y el pensamiento del Che es un aporte al debate fraterno y crítico que tiene que darse, y se está dando, dentro de los marxistas antidogmáticos.
Uno de los puntos que sometemos a discusión es que la característica guevariana central a destacar en esta época debería ser su férreo antidogmatismo, que el Che expresó a cada paso, en cada acción, discurso o palabra. Lejos de creer que el legado del Che se traduce simplificadamente en el uso de un fusil en cualquier momento y lugar, creemos que, al menos para los tiempos que corren, para encarar la reconstrucción de su legado, y en un debate fraterno y sincero con otras corrientes, la característica a destacar es su concepción revolucionaria, crítica y no mecánica del marxismo.
En el Che, la lucha contra el dogmatismo atraviesa en todo momento su praxis: desde la crítica a las recetas mecánicas soviéticas, que sostenían la espera de las condiciones objetivas, hasta el debate en torno al proceso económico, político y social de construcción de la sociedad de transición en la Revolución Cubana[1]. En este último caso, vemos a un Che lector de El Capital, discutiendo con los teóricos del momento, preocupado por la economía y atento a objetivos estratégicos: cada planteo en plano de lo económico para el Che está puesto en función del propósito final, la liberación del ser humano y el fin de la alineación. El Che se inscribe en una visión del marxismo que integra al humanismo, que retoma las observaciones de Marx sobre el trabajo alienado en sus Manuscritos económico-filosóficosde 1844, y con una interpretación que destaca el papel de la dialéctica en el análisis de toda su obra. El Che y sus aportes merecen ser leídos y releídos. En honor al marxismo crítico que él representa, tampoco su propia obra y figura deben quedar al margen de una lectura dialéctica y no dogmática que necesita seguir siendo enriquecida y actualizada con nuevos aportes. Una mirada nueva desde esta corriente, y desde el marxismo revolucionario en general, que debería seguir pensando y planteando el problema del poder, y a su vez integrar –siempre desde la perspectiva de construir el socialismo- aspectos que nuestra actualidad impone, como la cuestión de género, o la problemática ambiental, entre otros.
El problema de la toma del poder
Como todos los grandes revolucionarios (Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Gramsci, Mao), el Che no se hizo ilusiones acerca de la posibilidad de destruir el capitalismo a través de medios pacíficos, y dedicó esfuerzos teóricos y prácticos a destacar la centralidad del tema del poder. Guevara entendía que la lucha de clases llegaría necesariamente al momento de confrontación político-militar, dado que ninguna clase dominante se suicida ni resigna su posición, por más argumentos de justicia y de verdad que haya en su contra.
Por ello, al igual que Lenin[2], Guevara puso el problema de la toma del poder como núcleo de la estrategia revolucionaria y avanzó en la proyección de la forma concreta que los procesos revolucionarios adoptarían en el continente bajo las condiciones impuestas por el imperialismo norteamericano en el marco de la Guerra Fría.
En ese contexto, el Che sostuvo que había terminado la época de las revoluciones que triunfaban luego de un proceso rápido de insurrección en la que el pueblo en armas derrotaba a las fuerzas represivas. Aun cuando algo así ocurriera eventualmente, el triunfo resultaría efímero a causa de la interconexión entre las burguesías locales y el imperialismo norteamericano (garante de las relaciones de explotación y dominación capitalistas a escala global) que, de ser necesario, intervendría con sus marines. El Che creía que incluso ya no podría desarrollarse una revolución exitosa de la misma forma en que ésta se había producido en Cuba. La confrontación político-militar sería más difícil y más cruenta, ya que las clases dominantes contaban con la experiencia (y el fantasma) de la Revolución Cubana e intentarían evitar cualquier repetición.
En su mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental, el Che afirmaba:
“…los combates no serán meras luchas callejeras de piedras contra gases lacrimógenos, ni de huelgas generales pacíficas; ni será la lucha de un pueblo enfurecido que destruya en dos o tres días el andamiaje represivo de las oligarquías gobernantes; será una lucha larga, cruenta, donde su frente estará en los refugios guerrilleros, en las ciudades, en las casas de los combatientes —donde la represión irá buscando víctimas fáciles entre sus familiares— en la población campesina masacrada, en las aldeas o ciudades destruidas por el bombardeo enemigo.”
Porque no es posible “cambiar el mundo sin tomar el poder”, el Che plantea la necesidad de preparación de cuadros y masas también en ese aspecto de la lucha.
Sin embargo, a diferencia de las interpretaciones que identifican erróneamente guevarismo con “foquismo”[3], entendemos que el principal aporte del Che como revolucionario fue situar el problema del poder en el centro de toda su acción teórica y práctica. A pesar de que el Che ha planteado en sus escritos la noción de “foco”, lo hizo en el sentido de un grupo que sintetiza, da forma y fuerza a un conjunto amplio y complejo de condiciones objetivas y subjetivas. De hecho, la propia Revolución Cubana, no fue obra de unos pocos “iluminados” sino que hubo una determinante participación del pueblo.
Entendemos que actualmente es necesario profundizar en la reflexión política acerca del problema de la toma del poder en un proyecto revolucionario, recuperando la totalidad del pensamiento guevarista, que excede la cuestión político-militar sobre la que se suele hacer eje. El problema del poder excede la confrontación y el momento puntual de la toma del mismo, e incluye el proceso previo de organización y transformación, sin el que es imposible ir avanzando en la construcción de los sujetos y las relaciones que deben estar presentes en esa instancia. Esta tarea que, entendemos, implica la construcción de poder popular, no debe ni puede ser tarea de unos pocos, sino que indefectiblemente debe ser un proceso con gran participación del pueblo. En este sentido consideramos que es fundamental tomar el ejemplo la Revolución Cubana, en donde fue crucial el trabajo sobre la construcción de conciencia y organización de masas, con amplia participación tanto de sectores campesinos como de obreros, cuyo nivel de organización y lucha es en general menospreciado por los análisis superficiales.
Solamente por mencionar aunque sea de manera acotada dos ejemplos de experiencias que retomaron los aportes de Guevara, nos podemos referir al MIR chileno y al PRT en nuestro país. En el caso del MIR, su praxis giró en torno a la identificación del problema del poder popular. Los llamados comandos comunales que impulsó conformaron verdaderos espacios de toma de decisiones que nucleaban diversos sectores obreros, villeros, campesinos, etc. Puede leerse en documentos del MIR cómo la organización chilena destaca la importancia de la creación de organismos de poder popular, la conformación de una fuerza social sólida, y la necesidad de infundir la acción política en las masas. El PRT argentino, por su parte en un esfuerzo por realizar la acumulación necesaria en contra de las fuerzas de la burguesía, levanta el FAS, (Frente Antiimperialista por el Socialismo) que aspiraba a la unidad política de toda la clase y promovía organismos locales de toma de decisión. Ambas experiencias, la del PRT y el MIR, entre otras, han realizado una contribución importantísima, complejizando el guevarismo, aplicando estas perspectivas creativamente, sin dogmas, a momentos y realidades particulares y sumamente complejos.
La concepción dialéctica del proceso revolucionario
Desde esa perspectiva, es imprescindible recuperar la concepción dialéctica (es decir, no mecánica ni lineal) que el Che tenía del proceso revolucionario y el papel que otorga en él a la acción conciente, organizada. En la Contribución a la crítica de la economía política, Marx había planteado que cuando el desarrollo de las fuerzas productivas chocara con las relaciones sociales de producción, se iniciaba entonces una época revolucionaria. Posteriormente, se discutió dentro del movimiento comunista cuándo dichas condiciones objetivas estaban maduras. Como aporte a este debate que atraviesa toda la historia moderna del movimiento obrero, el Che planteó que aquella maduración también era resultado de la iniciativa política, de la acción conciente. De otra forma, sin dicha iniciativa, el capitalismo y su desenvolvimiento genera cíclicamente sus crisis, pero a su vez, logra recomponerse. Guevara se inserta en una tradición del marxismo que nada tiene que ver con el mecanicismo. Ya Marx y Engels plantearon que era cierto que los seres humanos eran producto de las circunstancias, pero que las circunstancias también son modificadas por los mismos hombres y mujeres. Es por eso que la conciencia ocupa un papel central antes, durante y después de la toma del poder. Es esa una de las peculiaridades y de los más grandes desafíos que tiene la revolución proletaria: ser un proceso conciente. Concebir dialécticamente el proceso revolucionario implica entender que las condiciones para dicha revolución ni son mero resultado de la voluntad, ni pura maduración de condiciones objetivas que no responden a la acción de los hombres.
El carácter socialista de la revolución y el internacionalismo
El protagonismo que Guevara atribuye a la acción humana conciente está directamente vinculado a cuál es la meta a la que se aspira. Objeto de discusión en los 60, el propio desarrollo global del capitalismo deja pocas dudas en la actualidad sobre la imposibilidad de realizar “reformas” que, en el marco del capitalismo, resuelvan los problemas esenciales de los pueblos. Sin embargo, continúan proliferando nuevas versiones del populismo que sigue apostando a una pretendida revolución nacional antiimperialista y antioligárquica. El socialismo no es para el Che, ni para nosotros, la simple distribución de la riqueza o la estatización de los medios de producción. Para el Che, como para los marxistas revolucionarios, la perspectiva última es el fin de la explotación, de la opresión y también de la alienación; la posibilidad de construir una sociedad verdaderamente humana en la que los hombres y mujeres no se vean sometidos a fuerzas exteriores que se les imponen por encima de su voluntad. Una sociedad que permita y promueva el desarrollo integral y multilateral de todos sus integrantes. Una sociedad en la que el estado se extinga…
Por ello, frente a las reivindicaciones parciales, también es necesario recuperar el carácter socialista de la revolución que el Che proyectaba en América Latina.
Sabemos, y el siglo XX da múltiples ejemplos de ello, que el socialismo en un solo país es una utopía irrealizable; que el capitalismo es un sistema mundial y que, en consecuencia, hay que derrotarlo a nivel internacional. Por ello, entendemos necesario recuperar el internacionalismo del Che que constituye uno de los principios más importantes del marxismo revolucionario. El internacionalismo posee un lugar central no sólo por la necesaria solidaridad de clase y la lucha contra cualquier forma de opresión, sino porque es la única posibilidad de construir realmente una nueva sociedad. Sin embargo, al igual que el Che, creemos que la forma de contribuir a esa meta es peleando por la revolución en nuestro país o en el país en que nos toque pelear. Por ello la estrategia planteada por Guevara ha tenido un alcance continental y mundial.
La construcción del “Hombre nuevo”
Para que el socialismo sea verdaderamente sólo una etapa de transición hacia una sociedad comunista, hay que construir al sujeto que encarne esa sociedad. Por eso el Che planteaba: “El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación...”[4]
La superación de la transición socialista no se va a producir inevitablemente. Los peligros de retrocesos hacia el capitalismo son enormes y no sólo por la capacidad del imperialismo para agredir a las revoluciones triunfantes en ciertos países, sino porque los sujetos que tienen que construir la nueva sociedad fueron (somos) formados en la vieja. Los valores, los conceptos y las ideas propias de una sociedad capitalista no son algo externo a los trabajadores; ni siquiera se imponen principalmente por la propaganda y el adoctrinamiento sino que surgen de las condiciones económicas y sociales propias del capitalismo.
Por eso, el Che afirma que no se puede construir el socialismo con las armas del capitalismo, y de allí su énfasis en generar otra relación con el trabajo (la importancia, por ejemplo, del trabajo conciente, del trabajo voluntario), de recurrir a estímulos morales, etc. Es en base a esa concepción del carácter del socialismo, del papel de la conciencia y de la acción humana, que se opuso a recurrir al mercado para desarrollar las fuerzas productivas (esquemáticamente: recurrir al mercado para que aumentara la producción de bienes). El debate entre planificación o mercado está en el centro del problema más general de la construcción del socialismo. El Che (y Ernest Mandel, junto con él) argumentó que la opción por el mercado no era válida a pesar de su supuesta mayor eficiencia en la asignación de recursos. Porque más allá de lo dudoso de esa eficiencia, bajo las relaciones mercantiles, la asignación de recursos sociales, la distribución del trabajo social y la relación entre los distintos integrantes de la sociedad se produce por afuera (y en contra) de la conciencia de los sujetos.
La revolución socialista como etapa de transición abre la posibilidad de que los hombres y mujeres se reapropien del proceso de producción. Esto quiere decir que en lugar de producir a ciegas esperando a que el mercado determine si sirvió o no lo que se hizo, el socialismo permite que, de forma conciente, la sociedad planifique cómo va a distribuir el conjunto de trabajo del que dispone, cuáles son las áreas a priorizar, cuáles van a quedar temporariamente en un segundo plano. La defensa del Che de la planificación, que de ningún modo significa la defensa de la planificación soviética, no es una cuestión aisladamente económica o técnica. Ese ejercicio de proyectar y decidir es parte fundamental del proceso de toma de conciencia de nuestro ser social.
En síntesis, entendemos que reivindicar el guevarismo hoy no significa repetir dogmáticamente la teoría, sino retomar el marxismo revolucionario para realizar un análisis crítico de las experiencias posteriores y de la situación presente, y revisar, actualizar y recuperar integralmente los principios del Che. A su vez, entendemos que esa reivindicación implica plantearnos cómo debería traducirse la estrategia de toma del poder en momentos que, como hoy en nuestro país, no son inminentemente revolucionarios; implica realzar esfuerzos tanto en nuestra formación teórica y práctica, como en la construcción de poder popular y en la unidad de las organizaciones que buscamos aportar a un proyecto revolucionario.
Hombre Nuevo, octubre de 2010
[a] Artículo de La Llamarada Nº4 - Órgano de difusión de la Agrupación Hombre Nuevo.
[1] Ver, por ejemplo, su crítica a planteos de la economía soviética en Apuntes críticos a la economía política; Ocean Sur, 2006; su intercambio respecto a la planificación económica en Cuba en El gran debate sobre la economía en Cuba, 1963-1964, Ed. de Cs. Sociales, 2004.
[2] Autores como Roque Dalton (revolucionario salvadoreño) han sostenido que el guevarismo es el leninismo latinoamericano.
[3] El foquismo consistiría en la idea de que un grupo reducido de militantes podría a través de su acción político-militar tomar el poder y hacer una revolución. Se ignoraría en ese caso el papel de la participación de las masas, en especial de los trabajadores urbanos y la necesidad de militar por su organización, se sobrevaloraría el problema militar por sobre el político y se infravolararía el análisis de las condiciones objetivas.
[4] Frase pronunciada en una entrevista periodística para Express, en Argelia, julio de 1963.
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