Dos mil uno, diez diciembres después
Un caballo enorme (grande como
pocos) y visto desde abajo (más desde abajo que nunca) se ensoberbece y
corcovea delante de un grupo de mujeres mayores. Las Madres de Plaza de Mayo se
plantan, sin moverse, delante de la Policía Montada. La imagen, reproducida en
vivo por algunos medios de prensa, acelera la inevitable combustión. La Plaza,
las calles céntricas porteñas, y también otras plazas de distintos puntos del
país, se llenan de hogueras y de barricadas, de miles que ya desde la noche
anterior habían desafiado al Estado de Sitio y al aparato represivo. La
historia es conocida: el plomo policial y parapolicial es regado y va dejando
sus muertos, va tiñendo algunas esquinas, va plantando mojones rojos y nombres
que persisten aún en la memoria popular.
Para muchos es el bautismo de
fuego. “Nuestro Cordobazo”, dicen algunos. Las distancias entre esa humeante
Plaza de Mayo y Córdoba en 1969, son tanto cronológicas y geográficas como
políticas. No obstante, y pese a la ausencia del movimiento obrero organizado
en la primera línea de fuego de estas barricadas porteñas, hay un delgado hilo
histórico que persiste a la hora de preparar la resistencia ante la policía que
avanza, a la hora de evocar y reorganizar un discurso que trate de fijar alguna
posición ante esa marea que combate decididamente contra un gobierno, pero que
no sabe exactamente qué pretende para reemplazarlo una vez que lo eche. Hay,
además, imágenes casi superpuestas entre esas rebeliones: los caballos huyendo
en tropel, sus jinetes policiales asustados, y el pueblo detrás haciéndolos
retroceder a cascotazos.
¿Cuánto es lo que separa la
rebelión obrero-estudiantil del 69 de la heterogénea Plaza de Mayo de 2001?
¿Cuánto lo que dista entre esa Plaza que fue punto de encuentro de miles para
expresar su bronca ante un gobierno, pero también ante unas instituciones, y
las masivas manifestaciones de apoyo a otro gobierno, pero a las mismas
instituciones, hoy en día?
El análisis pormenorizado de 2001
se impone como tarea. Sin embargo, cabe partir de un diagnóstico: el ciclo de
rebeliones que cuestionó la legitimidad de un gobierno, pero también de buena
parte del Estado, se halla cerrado hasta nuevo aviso. Con cambios notorios y
continuidades sólidas, el actual gobierno logró con incuestionable éxito hacer
que el país que mudó de presidente de manera récord en una misma semana, diera
paso a una reconstrucción de la gobernabilidad tal, que permita concretar por
primera vez el tercer mandato presidencial consecutivo de una misma fuerza
política. Aquella revuelta que derribó a un presidente hambreador y criminal
como De la Rúa, y cuyos coletazos acortaron el mandato de su igualmente
hambreador y criminal sucesor, Duhalde, alcanzó a cuestionar algunas
estructuras permanentes de la política burguesa. Pero ese cuestionamiento se
fue debilitando por su propia inconsistencia programática, por su misma falta de una fuerza social sólida y
homogénea que diera impulso al recambio por abajo tras el pedido de “que se
vayan todos”. Muchos de esos que debían irse, se quedaron. Algunos, los más
impresentables, pagaron con su salida del escenario principal su tributo al
bien común de la corporación de políticos del sistema. No obstante, cada tanto
asoman su hocico los Duhalde, los Menem, que desde candidaturas o desde cargos
siguen siendo expresión de los sectores más retrógrados de nuestra sociedad.
Ese vacío que dejó un gobierno
cuyo líder escapó en un helicóptero sin escalas al más patético y
autoinfringido ostracismo político, no lo ocupó el pueblo ni organización o
corriente popular alguna. La descascarada democracia representativa, en la que
políticos millonarios y lobbystas de monopolios trenzados con patoteros de
comité conforman el elenco estable en el que excluyen casi cualquier otra
expresión, ha recobrado oxígeno y consenso. Un gobierno que ha sabido dar
concesiones a tiempo, y conformar un habilidoso armado propio, distanciándose
más de una vez de sus antecesores con políticas de alto impacto simbólico, de menguado
alcance económico y de tranquilidad garantizada para los sectores más
concentrados, puede mostrar hoy con orgullo la restauración del capitalismo
criollo y sus instituciones, presentándolo genuinamente como un logro con sello
propio.
El gobierno cuya presidenta habló
en su discurso inaugural de “sintonía fina” como elipsis de “ajuste”, presenta
como un triunfo el desembolso de más de u$s 26.000 millones en pago de deuda
pública, y es ovacionada por ello. Desde su atril, la mandataria ha ejercido,
sintonía fina mediante, el desprecio sobre la CGT, tan mafiosa como leal
durante los momentos críticos de su gobierno, y además ha disparado con una sarcástica
reprimenda contra los trabajadores que hacen huelga. A la par, criticó en
abstracto a “las corporaciones”. El gobierno que desplegó al máximo el aparato
represivo estatal, el mismo aparato represivo que más allá de sus cíclicas
purgas, asesinó y sigue asesinando manifestantes, no ha tenido que asumir
costos de consideración por los crímenes de militantes en Formosa, en Jujuy, en
Santiago del Estero o en la propia Ciudad de Buenos Aires. Ese gobierno,
proclama los aumentos tarifarios y la suba salarial por debajo de la pauta
inflacionaria, pero concita, paralelamente, la adhesión de amplios sectores del
pueblo congregados en aquella misma plaza.
Hoy, una buena parte de los
trabajadores creen que sus justas aspiraciones pueden lograrse mediante la
adhesión a este gobierno y, armónicamente, en el marco del capitalismo. Tal
vez, muchos de quienes hoy acompañan esto que se ha dado en llamar “el Modelo”,
hayan estado hace una década poniendo su pellejo en las barricadas a
disposición de las balas de esa misma policía que hoy multiplica impunemente
sus negocios en cada barriada con la venia oficialista.
Los que luchamos para que se
fueran todos y vemos cómo muchos de ellos han regresado para quedarse, tenemos
que atender a este nuevo escenario. No para mirar con nostalgia lo que pudo
haber sido y no fue, ni para abandonar las calles y las luchas que hoy siguen
dándose. Sí para ejercer, crítica y autocríticamente, la reflexión política. En
el prólogo de una nueva crisis económica mundial, ante el esbozo de medidas de
ajuste a nivel local, urge organizarse en pos de una construcción plural, ajena
al consignismo vacío y la autoproclamación, y que desde el espacio de la
Izquierda en general -y desde la Izquierda Independiente en particular- se
proponga la paciente tarea de organizarse y acumular fuerzas. La lucha por un
mundo sin explotación no ha perdido su vigencia. Hoy, diez diciembres después
de ese dos mil uno, debemos encarar la pelea desde una certeza: si cuando el
pueblo pide “que se vayan todos”, lo nuevo no se abre paso, lentamente, suelen
regresar los mismos de siempre.
Más allá del fervor
institucional, la lucha y la organización de los de abajo siguen siendo nuestra
perspectiva como pueblo. Nuestro desafío, continuar avanzando.
Leé más, en La
Llamarada Nº 9, revista de discusión política. Órgano de difusión de la
Agrupación Hombre Nuevo.
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