En
plena dictadura militar, el 19 de julio de 1976 fueron asesinados Mario Roberto
Santucho y Benito Urteaga en un departamento de Villa Martelli; ambos líderes
del PRT-ERP murieron enfrentando al grupo de tareas que irrumpió en la vivienda
en la que se encontraban. Ese mismo día, cayeron prisioneros como parte de ese
mismo operativo Domingo Menna, Ana Lanzillotto, Liliana Delfino y
Fernando Gértel. Los cuerpos de todos ellos permanecen desaparecidos. Parte fundamental de la
dirección del PRT-ERP, el partido que había puesto en jaque a la burguesía
local enfrentándola en todos los planos, caía de esta manera.
Oscuros
eran los tiempos que corrían en 1976. La dictadura de Videla, Massera y Agosti volcaba
el aparato militar, parapolicial y el de todas las fuerzas represivas
abiertamente al servicio del exterminio de las organizaciones revolucionarias,
de sus militantes de base, pero también de su periferia y del movimiento de
masas en general. El estado mostraba desembozadamente su carácter de clase y
empleaba el terror para concretar dicho objetivo. La generación que había
vivido en carne propia las dictaduras previas y la prepotencia del imperialismo
yanqui, era también la que había crecido y luchado al calor de revoluciones
como la cubana y de resistencias heroicas como la vietnamita; de la épica del
Cordobazo y las tomas de fábricas; de los enfrentamientos contra los gobiernos
y sus fuerzas represivas en las barricadas, pero también en combates que
excedían las luchas callejeras en las manifestaciones. La cuestión del poder,
esencial para los revolucionarios, estaba en la agenda de esa generación, cuyas
organizaciones políticas daban diversas respuestas para resolverla. Al aliento
de los procesos revolucionarios y de liberación que los pueblos emprendían, el
PRT-ERP y otras organizaciones habían asumido la lucha armada como parte de esa
pelea. La realización de un país y un mundo donde los verdaderos protagonistas
y beneficiados fueran los trabajadores, los pobres, aquellos que generan con su
trabajo y sacrificio las riquezas que nunca disfrutan, no iba a llegar sin una
lucha larga y cruenta. La historia lo demostraba: ninguna clase social se
suicida, ningún privilegiado renuncia por las buenas a sus privilegios. El
PRT-ERP encarnó, en ese combate por los sueños de millones, por una patria y un
mundo socialistas, la expresión más elevada en la lucha revolucionaria de
nuestra historia reciente.
Los
tiempos que corren a 38 años de aquellos otros no son los mismos. El proyecto
revolucionario por el que peleaban Santucho y los compañeros caídos el 19 de
julio, y todos los revolucionarios, sigue siendo tanto o más necesario que
entonces. Pero el revés sufrido a escala continental y mundial por la clase
trabajadora ha dejado su mella. Para muchos la cuestión se reduce hoy en
definir la modalidad o variante de capitalismo. No obstante, desde el trabajo
paciente y desde la resistencia; desde la recuperación y persistencia de peleas
históricas, nuevos luchadores y nuevas luchas han ido brotando en nuestro país
y en nuestro continente.
Desde
la reivindicación de una lucha y un proyecto revolucionario, intentando
esquivar calcos y copias, y asumiendo su legado histórico integralmente, somos
muchos los que hacemos propias las banderas de Santucho y del PRT-ERP. Lo
hacemos no solo desde el justo pero insuficiente homenaje, no solo desde la
necesaria pero limitada nostalgia, sino desde la apuesta diaria por la
construcción de organización desde abajo. Desde la apuesta cotidiana al
protagonismo de nuestra clase en las peleas diarias por un mundo justo; desde
la apuesta tenaz a construir una organización revolucionaria que permita que
esas peleas se encaminen a la lucha por la revolución socialista.
A 38
años de la caída del “Robi” Santucho y de los compañeros de la dirección del
PRT-ERP, decimos ¡Presentes!
Los
compañeros siguen vivos en la lucha por la revolución socialista.
Agrupación
Hombre Nuevo
19 de
julio de 2014
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